Recuerda peque siempre, que tú ya eres amada.


Ser el único quiero, que te ame susurró,
y entretanto abrazados, los cuerpos se fundían,
y de la incauta tarde, brotó la perfección,
avivando el silencio, de ávidas mariposas.

Sus suplicantes ojos, aún algo azorados,
de besarme acababan, expiando al primer beso,
fin del atardecer, de un mundo detenido,
callando sus palabras, ya todo era perfecto.

Yo no quiero que seas, el único que me ame,
respondí algo atrevida, pues amada yo ya era,
involuntariamente, la mención de mi madre,
borró la confusión, de su dócil mirada.

Surgieron sus abrazos, cálidos y especiales,
y aunque cierto últimamente, que bien no la aguantaba,
su forma de cuidarme, quererme y desvelarse,
no, no podía ser, el raro que me amara.

Pues yo ya era muy amada, y recordé a mi padre,
otros ojos lozanos, que de amor rebosaban,
cuando los sorprendía, a veces con cariño,
pues un poco arisca era, poco al afecto dada.

Sé que ellos me conocen, inclusive alejándome,
cuando me enfado y gano, cuando progreso y pierdo,
sé que ellos me comprenden, burlando mi hosquedad,
con volverse y mirarme, saben cuanto los quiero.

No, no podía ser, el único que me ame,
por muchos era amada, o ya me amaban otros,
pensaba retornando, desde la grata infancia,
y algún primo incordiaba, llorar inconsolable.

Venían los mayores, que me tranquilizaban,
mis primos veteranos, decían me querían,
y hacían que creyera, que también los del medio,
sólo eran simples bromas, que un mal día tenían.

¿Cuántas son las que yo hice, llorar a los que amaba?,
cuántas he deseado, veloz el no existir,
de mi cándida hermana, el deseo nonato,
perdura menos tiempo, de lo usado en decir.

Esa inocente idea, de ausencia me entristece,
incapaz de crear, mundo feliz sin ella,
indefectiblemente, la amo y sé que me quiere,
y no habría nosotras, si el ella no existiera.

Él no podría ser, singular que me amara,
pensé que ya era amada, mientras me cobijaba,
en los gráciles brazos, de mi querida yaya,
y conste era la arisca, en contra de mi hermana.

Ella es la que regala, besos, caricias, muecas,
no cual yo, pero cómo, rechazar los abrazos,
y cómo ensombrecer, la sonrisa más tierna,
los ojos que navegan, en la felicidad.

La expresión de mi abuela, cariñosa me mira,
con bondad y dulzura, alegre sempiterna,
y tal como la quiero, ¿Cómo no iba a quererla?
No, no podía ser, el único al que amara.

Pues yo ya amaba a padres, abuelos, primos, tíos,
Cómo ignorar los ojos, llorosos de aquel día,
y sus verdes pupilas, inundadas de lágrimas,
cuando tan borde fui, con mi tía querida.

Desde siempre me adoran, y para mi han estado,
desde mi nacimiento, todos vienen a verme,
me cogen y me abrazan, al reír hilarantes,
me arrancan carcajadas, llorar no pueden verme.

Incluso gastan bromas, la familia y el humor,
inherentes que son, no consienten palabra,
ni pensamiento alguno, que dañe o me apenare,
aun borde empedernida, tal cual soy, niña huraña.

Reclamo el propio espacio, de intimidad y célebre,
los alejo de un mundo, que se muestra ante mi,
lo quiero sólo mío, y a pesar de que me aman,
sus sonrisas torcidas, preguntan si crecí.

No, no podía ser, el único que me ame,
ya era en verdad amada, también por los amigos,
él sabía que a algunos, los conozco de siempre,
¿cómo yo no les iba, a proferir cariño?.

¿Cómo iba yo a negarles, a ellos que me quisieran?,
y con cada palabra, rió tan encantador,
hubo mi explicación, persuadido a su miedo,
y entonces de soslayo, miró con afición.

Sus ojos reflejaron, amor cauto y veraz,
y aún con la sonrisa, me besaba en los labios,
diciendo con voz calma, locuaz tranquilidad,
“Pues permíteme entonces, ser uno más que te ama”.

Sonriente lo besé, ya todo era perfecto.


(Dedicado a mis pre?-adolescentes favoritas)

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